Recorríamos las inmediaciones del Centro Municipal Obrero. El sol secaba la tierra húmeda de las dos canchas de fútbol 7 con que cuenta. Un perro de raza pequeña, blanco y con manchas marrones, deambulaba por la zona como quien vive allí y la conoce muy bien. Y no tardó en salir a nuestro encuentro un hombre cercano a los 70 años. Vestía un pantalón azul, de trabajo. Una camiseta de un azul desteñido arriba y otra de un tono grisáceo envolvían su cuerpo todavía fuerte. El pelo corto, que alguna vez fue negro y ahora algunas partes que con el indetenible paso del tiempo se volvieron del color de la pureza. El señor es Daniel Francia, un empleado municipal que trabaja en el complejo desde el año 1988. Cuando escucha que le preguntamos por la historia del Cine Teatro Obrero, sus ojos nostálgicos se vuelven más vidriosos y con un gesto mezcla de alegría y de melancolía, suelta: “Si les tengo que contar la historia entera de este lugar, terminamos de hablar mañana”. Pero automáticamente comienza con el recuento de los datos que su cabeza almacena y que por alguna razón decidió guardar por siempre.
“Evita inauguró este Centro Popular en 1950”, relata Daniel. Y no es casualidad que en la plaza principal de Resistencia haya una estatua de Eva Duarte de Perón, como se ve en la foto a la izquierda. “Yo tenía apenas 10 años, siempre viví a 4 cuadras de acá, hasta el día de hoy. Y por supuesto que mis viejos vinieron ese día a la apertura”, completa. El Centro siempre perteneció al Obispado de Resistencia y cuenta con un edificio que alguna vez se usó de manera popular como cine y teatro. Está apostado en una esquina, en el cruce de la calle 6 con Brown en el barrio de Barranqueras, pegado a la capital chaqueña.
“Por esta puerta verde que ves acá, antes se entraba al cine adonde pasaban series y películas de la época los días miércoles, jueves, sábados y domingos. También había un bar adonde, en los intervalos, se jugaba al billar o al truco por sándwiches. Al que hacía lío lo sacaban a la calle y no entraba más. Era un lugar muy sano”, rememora. También había otras actividades, según atestigua el viejo: “El que quería, también podía salir afuera, sentarse en las mesas y sillas al aire libre y ver un partido de básquet, porque el equipo que teníamos estaba afiliado a la Federación de Miguel Cané”.
En los años setenta, época del proceso, el Cine Teatro Obrero dejó de funcionar. Los curas manejaban todo y, como estaban perseguidos, las actividades que tenían quedaron en el olvido. Y el cine fue abandonado. Pero los vecinos de Barranqueras no perdían las esperanzas de volver a ver a su lugar en apogeo, o aunque sea en forma parecida al auge que supo tener.
Daniel charla apasionado, narra el pasado pero de repente hace un silencio. Es porque Chirina se le trepa con las patas delanteras. “Este perro es tan de acá como nosotros. Entró un día en un festival y se aquerenció. Es muy buenito y nos cuida, de noche ladra mucho”, dice sobre un personaje recurrente del lugar al que reconoce como “una reliquia del Chaco”.
“Cuando vine a trabajar acá, en el ’88, empecé a rellenar esto que era una laguna”, dice y señala la zona sobre la que ahora se asientan los 60 pilotes que sostienen el gimnasio en el que, en ese preciso momento se está jugando al handball por el Encuentro de Menores. “Me decían que estaba loco y que nunca iba a terminar. Era el desaguadero de la ciudad”, sostiene. Pero, al ser empleado de la Municipalidad, tenía la ventaja de poder pedir máquinas para trabajar, por ejemplo. Además, el Obispo escribía notas firmadas para que él presentara a las autoridades, y así se escribió la historia de la cancha techada en la que ahora, además de handball, se practica fútbol, hockey y vóley.
El edificio de la esquina, que albergó los sueños de los hombres que amaban el cine y el teatro, ya no actúa como tal. Pero está remodelado y se hacen, por ejemplo, actividades circenses. Un candado nos impidió el ingreso, pero cuentan que aún permanecen allí las máquinas que proyectaban los filmes, como tesoros a los que el óxido no les quita la gloria que supieron tener.
Aparte, llama la atención por su belleza el césped sintético que viste una parte del suelo, con salpicones de caucho, y que dibuja una cancha de fútbol 5 que se alquila y, como los demás espacios del Centro, sirven para recaudar los fondos con los que se sostiene toda la estructura. “Todo lo que se gana, se reinvierte. Por ejemplo con esta cancha, que fue una idea que yo metí en la Comisión para recaudar más dinero”, exclama sin aires de grandeza.
El eterno trabajador, de corazón grande e intacto por dentro y de piel curtida de experiencia por fuera, confiesa que se le va a hacer casi imposible alejarse de donde pasó inmensa parte de su vida. “Estoy cerca de jubilarme y voy a dejar de venir pero de a poco. Soy una persona muy activa y a mi edad sé que si me quedo quieto me enfermo. Voy a extrañar mucho”, reconoce. Con la mirada fija, penetrante y posada en el futuro, anuncia: “Si dejo de venir, me va a hacer muy mal. Ésta es mi casa”. Y entonces vuelve Chirina y Daniel Francia lo acaricia. Son como hermanos. Son hermanos en su hogar.
Daniel Francia nos muestra gentilmente las instalaciones del Centro Municipal. Se ve una de las canchas de fútbol 7.
El Centro pertenece al Obispado. Por eso es que se puede apreciar la cruz símbolo del catolicismo en su parte más alta.
La imagen parece del pasado, pero no lo es. Así es hoy el edificio en el que estuvo el Cine Teatro Obrero.
La mítica puerta verde por la que se entraba al Cine y al bar.
El gimnasio en el que se juega el Encuentro de Handball.
Una de los dos campos de fútbol 7 con que cuenta el complejo de Barranqueras.
Demarcación de las líneas que delimitan la cancha de fútbol.
Chirina recorre impetuoso la linda cancha de fútbol de césped sintético. «Este perro es tan de acá como nosotros», dice Daniel sobre la mascota.
Por Santiago Menichelli y Sebastián Ocampo