Los Gladiadores superaron a Brasil por 22-21 en un partido con un desenlace repleto de emociones y que se definió recién en los últimos segundos. En su casa, Argentina se quedó con el primer puesto del Torneo Panamericano, y el Polideportivo Almirante Brown se transformó en la cuna del sueño olímpico.
Con un estadio repleto, los argentinos iniciaron el juego con máxima concentración. Moviendo la pelota con tranquilidad y con una actuación fabulosa de su arquero Matías Schulz, marcaron una pequeña diferencia. En esta primera etapa, el rubio arquero tuvo siete magníficas intervenciones, que valieron como goles a los efectos del tanteador. Argentina mostraba contundencia a la hora de atacar en los primeros pasajes, aprovechándose de ciertos errores que cometían sus rivales cuando atacaban. El entendimiento entre Sebastián y Diego Simonet fue una de las causas de la buena performance de los argentinos, principalmente desde el punto de la preparación mental.
El brasilero Felipe Ribeiro marcó 9 tantos y fue una gran complicación para los albicelestes, siendo el hombre que impedía a los locales alejarse en el marcador. Contrarrestándolo, aparecía el legendario Andrés Kogovsek, que con su empuje, inteligencia y buenos gestos técnicos, logró levantar a su equipo en los momentos en que más se lo necesitaba. Los minutos finales de un primer tiempo muy parejo vieron a Brasil ponerse por encima de Argentina, pero terminó empatado en 12.
La segunda parte no distó demasiado de la primera. De hecho, la paridad se mantuvo y el momentáneo ganador se alternó en varias oportunidades. Schulz veía que los Gladiadores bajaban el ritmo de a ratos, y por eso se lo escuchaba repetir: «¡Dale, dale! ¡Vamos!». Del otro lado estaba Luis Nascimento, un arquero extraordinario que cerró el arco carioca a base de sus excelentes reflejos. A los argentinos les costaba mucho anotar. Pero apareció Federico Pizarro y fue determinante. Rompió tres veces en poco tiempo con la defensa contraria, que se plegaba con solidez. Faltando poco más de dos minutos, empataban 19-19. Fue allí cuando Sebastián Simonet tuvo su premio, tras un trabajo agotador, y marcó el gol Nº 20 para los suyos. Sin embargo, Brasil no daba tregua y no tenía rodeos para convertir. Ganando Argentina 20-19, el portero Fernando «Negro» García le atajó un penal a Ribeiro que pareció ser un presagio del final, a pesar de que luego quedaron igualados en 21. Un tiempo muerto le permitió a Kogovsek entrar a la cancha y pedir calma a sus jóvenes compañeros: «Tranquilos, tranquilos», predicaba el capitán.
Restaban apenas 36 segundos y el dueño de casa tenía la pelota. Sebastián Simonet se dio vuelta, miró el reloj. Se dio cuenta de que Argentina podía consumir el tiempo y anotar el gol de la victoria. Y así lo intentaron los Gladiadores. A falta de 9, llegó un penal del que Federico Fernández se hizo cargo. No falló. Era 22 a 21, pero Brasil iba a tratar de atacar rápido para sentenciar el empate. Con lucidez, Sebastián Simonet se entregó a la tarjeta roja y detuvo el ataque con una falta imperdonable desde el punto de vista arbitral. El tiempo se consumió, y lo único que les quedó a los brasileros fue un disparo desde lejos. El destino no estuvo siquiera cerca de imaginar que esa pelota podría tener destino de red. García la atesoró y ese momento fue eterno. Argentina gritaba campeón. El estadio, colmado de espectadores radiantes de alegría, pareció por unos instantes la cantera de los sueños dorados, de las ilusiones y los objetivos que jamás son imposibles de cumplir. Los Gladiadores cumplieron con las expectativas y fueron los mejores del certamen. Aunque, es cierto, la mira está puesta en Londres. Los Juegos Olímpicos se avecinan, y el XV Panamericano es un gran escalón en el camino de la preparación de los defensores de la celeste y blanca.
Se justifica hacer un párrafo aparte para Diego Simonet, la gran promesa argentina. El «Mágico» dio muestras desde el arranque de que empezaría a cumplir con lo que se esperaba de él. De a poco, de menor a mayor. Así fue su desarrollo en este campeonato, al igual que el de la Selección Argentina. No jugó en el debut ante Estados Unidos, porque estaba recuperándose de una lesión. Luego fue sumando minutos, hasta llegar este mediodía a su estado de mayor esplendor. El «Mágico» manejó los hilos del ataque con maestría y marcó 6 goles.
También fue clave la actuación de Sebastián Simonet, quien fue el líder en defensa. Tuvo una dura tarea intentando ocupar todos los huecos que los brasileros buscaban generar con su potencia y velocidad. Fue incansable su labor. El autor de 3 de los tantos argentinos, expresó al final inmerso en un mar de euforia y con una enorme sonrisa dibujada: «Tuvimos altibajos en este partido como en todo el torneo. En las finales, igual, no importa jugar bien, lo importante es ganarlas, como les dije a mis compañeros». Hizo referencia también a la intensa tarea que tuvo que cumplir: «Estoy muerto de cansancio. Fue muy duro. Al principio me tocó un poco relegar el trabajo porque había una personal muy adelante. Después me tocó entrar en defensa, creo que hice un buen trabajo. La defensa argentina estuvo increíble como en todo el torneo».
Federico Fernández, jugador que marcó el gol del triunfo, declaró: «Hice el último, que fue el que nos dio la victoria. Quizás no jugamos lo bien que quisimos, ellos son un gran equipo pero al final se nos dio para nosotros». «Sabíamos que iba a ser un partido trabado, en el primer tiempo sacamos cuatro o cinco goles de diferencia, pero teníamos en claro que esa no era la diferencia real. Después se vio un partido muy luchado pero por suerte quedó del lado de Argentina», agregó.
El arquero que terminó el encuentro en el arco argentino, el «Negro» García, manifestó: «Teníamos la obligación, por jugar en casa también. Las finales son siempre así, con mucha tensión y quizás sin jugar bien. Desde el principio dijimos que lo que teníamos que hacer era abstraernos del resto y concentrarnos en el campo de juego». Al preguntarle sobre qué se le cruzó por la cabeza en el penal que paró al final, contestó entre risas: «Pensé, si no lo atajo, me mato».
Por Santiago Menichelli